" ESTAS CUATRO PAREDES APRISIONAN MI CUERPO, PERO NO MI PENSAMIENTO"

MIGUEL ANGEL BELTRAN

sábado, 25 de agosto de 2012

VEINTICINCO AÑOS DESPUES

VEINTICINCO AÑOS DESPUÉS

COLOMBIA 1987:
¿FICCIONES? O….. REALIDADES

Miguel Ángel Beltrán V.
Profesor Asociado  Universidad Nacional de Colombia
Desde un lugar cualquiera de la aldea global
Agosto 25 de 2012

Fuente: Asociación de Profesores de la Universidad de Antioquia (ASOPRUDEA).  Palabra. Boletín No. 49. Medellín, agosto 2012, pp. 18-29
A quienes ya no nos acompañan, con quienes ya no discutimos
pero que constantemente recordamos y re-creamos.
Porque nos resistimos a su ausencia,
porque su legado está más vivo que nunca.
A los profesores universitarios asesinados en su día.

Sara Yaneth Fernández Moreno
Presidenta Asoprudea

Para quienes vivimos nuestra vida universitaria en el decenio de los ochenta,  el segundo semestre de 1987 fue la coronación de un largo espiral de “guerra sucia” que estremeció al país; en ese segmento del tiempo, un cúmulo de hechos sangrientos acaecidos unos tras otros como en un efecto dominó, se encargaron de apagar las pocas esperanzas que abrigábamos de que el país transitara una senda diferente  al de la violencia. Triunfaron los sectores militaristas y el país se sumió en una nueva escalada de violencia
[1986:] LA MUERTE Y LA BRÚJULA
De los muchos problemas que ejercitaron la temeraria perspicacia de Lönnrot, ninguno tan
extraño -tan rigurosamente extraño, diremos- como la periódica serie de hechos de sangre que
culminaron en la quinta de Triste-le-Roy, entre el interminable olor de los eucaliptos. En
verdad que Erik Lönnrot no logró impedir el último crimen, pero es indiscutible que lo previó.

El año de 1986 había concluido con la gran conmoción que generó el asesinato a manos de sicarios del periodista Guillermo Cano. La muerte de director del diario El Espectador, en una fecha tan cara para las causas bolivarianas, había golpeado la sensibilidad de una amplia franja de colombianos, que veíamos en esta figura pública un nuevo ataque contra la libertad de palabra. Desde su “Libreta de Apuntes”, Cano se había esforzado por ofrecer una perspectiva crítica frente al acostumbrado manejo desinformativo de los medios escritos y hablados en nuestro país, abogando insistentemente por la búsqueda de caminos para la paz.
En una memorable columna periodística, que posteriormente daría título a uno de sus libros, el escritor y periodista se preguntaba en medio de la tragedia de la violencia que sacudía al país “que si se habían ensayado en tres décadas los más variados sistemas de represión de la violencia política y común, ¿por qué no se recurría al ensayo que nunca se había hecho en la búsqueda de la paz?” y luego agregaba “Durante treinta o más años el país gastó y desgastó sus instituciones, sus hombres y sus riquezas para reprimir movimientos subversivos, o guerrilleros o bandoleros, o como se los quiera llamar. Pero jamás, fuera de ciertos paréntesis como la amnistía de Rojas Pinilla y posteriormente con la rehabilitación de Alberto Lleras, se recurrió a caminos diferentes de los de la fuerza en nombre, legal si así lo quiere usted, amable lector, de defender el sistema democrático amenazado. Y es verdad histórica que sólo en los dos paréntesis anteriores se vislumbró tan cerca la paz completa. Pero en ambas oportunidades funcionaron los “torpedos” de guerra a la paz. El primero cuando los guerrilleros se acogieron a la amnistía, fueron perseguidos implacablemente y algunos de ellos asesinados de manera brutal. Y en la segunda entrabando, estableciendo alambradas de hostilidades a los programas de rehabilitación que estaba permitiendo a los colombianos pescar de noche en nuestros ríos” (Libreta de Apuntes 20 de marzo de 1983).
Tras la muerte del periodista, el político conservador Álvaro Gómez Hurtado se apresuró a decir que “el país ya no volverá a ser el mismo después de este horrible suceso”. Una vez más se equivocaba. Algo similar habíamos escuchado un año atrás cuando los sangrientos hechos del Palacio de Justicia, y como para desmentir dichas afirmaciones lapidarias vino el asesinato del magistrado de la Corte Suprema y redactor del tratado de extradición, Hernando Baquero Borda, quien por una jugada del azar había sobrevivido a la retoma del Palacio comandada por el entonces capitán Alfonso Plazas Vega. Pero este hecho, a su vez, había opacado el crimen del Ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla ocurrido el año inmediatamente anterior.
De manera que no era cierto que el país no volvería a ser el mismo, porque en realidad hacía muchos años que era y seguiría siendo igual, pues si el crimen del magistrado Baquero Borda cerraba sangrientamente un capítulo de atentados contra el poder judicial durante el gobierno de Belisario Betancur,  los crímenes de Leonardo Posada y Pedro Nel Jiménez pocas semanas después de la posesión del presidente Virgilio Barco marcaban la alevosía de una élite política y económica que estaba dispuesta a recurrir a medidas extremas para cortarle el camino de ascenso a una nueva fuerza política, la Unión Patriótica, que para el momento del asesinato de estos dos congresistas sobrepasaba la cifra de 300 militantes asesinados.
Leonardo y Pedro Nel contaban con trayectorias vitales diferentes: Leonardo procedía de una humilde familia de aguerridos comunistas y Pedro Nel de un ambiente de clase media y tradiciones liberales; el padre de Leonardo hacía parte de los círculos de artesanos que durante años nutrieron las filas del Partido Comunista Colombiano y de cuyo comité central llegó a ser miembro; mientras que el progenitor de Pedro Nel, representó la defensa de las banderas populares gaitanistas en los recintos de la Cámara de Representantes donde había logrado una curul; Leonardo se formó en las luchas estudiantiles de los años sesenta  y principios de la década del setenta en la Universidad Nacional, en tanto que Pedro Nel  se ejercitó en las lides del derecho en la Universidad Externado de Colombia, asumiendo la causa de los presos políticos. Sin embargo los dos compartieron ideales comunes de justicia y cambio social, que asumieron primero a través de su temprana militancia en la Juventud Comunista y, después, con su posterior vinculación al nuevo proyecto de la Unión Patriótica.
La vida de estos dos líderes fue cortada una tras otra, antes que cada uno de ellos cumpliera los cuarenta años. Leonardo fue acribillado en Barranca, donde trabajaba de la mano con el Frente Amplio del Magdalena Medio. Sus asesinos se pasearon tranquilamente por las calles y tuvieron tiempo de volver para rematarlo; Pedro Nel fue asesinado en Villavicencio, sobre la vía a Puerto López, cuando se disponía a recoger a su pequeña hija del colegio. Varios testigos vieron como los asesinos ingresaron sus motocicletas en la Brigada Séptima del Ejército. Pedro Nel investigaba la desaparición y muerte de María Eugenia Castañeda, una guerrillera que había sido encargada por las FARC de organizar el trabajo de la UP en el marco de los acuerdos de “Cese al fuego, Tregua y Paz” y que había sido desaparecida, violada y torturada un año atrás. Sus pesquisas le llevaron a establecer que en este hecho delictivo estaba presente la mano de las Fuerzas Militares.
Frente a los medios de comunicación, el entonces representante a la Cámara por la UP y miembro de las FARC, Braulio Herrera advirtió  enérgicamente que con estos asesinatos "Se busca aniquilar un experimento muy importante que puede abrir un canal distinto al de la guerra. Pero, además, sabemos claramente que hay un plan definido de aniquilamiento físico que se llama "Baile Rojo" en donde está comprometido, les voy a decir el nombre de uno de ellos, el general (Fernando) Landazábal Reyes" (Semana.com art. 56457). Algunos calificaron estas declaraciones de temerarias, sin embargo no fue necesaria una rectificación,  el mismo día del sepelio del senador Pedro Nel Jiménez, dos concejales del municipio de San José del Guaviare y copartidarios suyos, Jahir López e Hilario Muñoz, fueron desaparecidos y dos días después hallaron sus cadáveres con claras huellas de tortura.
Para complacencia teórica de aquellos que opinaban que estos hechos eran aislados y que la violencia fundamental que sacudía al país no era política sino de otro tipo, vino la tristemente famosa “masacre de Pozzeto” ocurrida en un prestigioso restaurante-pizzería de la capital. Su protagonista Campo Elías Delgado –que años después inspiraría la película colombiana Satanás- mató a 29 personas y dejó heridas a otras doce en un viacrucis  que inició esa tarde con el asesinato de su  propia madre y cuatro vecinos más, para finalmente concluir su labor asesina en el mencionado establecimiento. Los diarios calificaron el crimen como producto de la mente de un psicópata, pero pocos se detuvieron a analizar los vínculos de este ex veterano de Vietnam con la Embajada de los Estados Unidos, de la cual recibía pagos y para quien había cumplido tareas especiales en Centroamérica. Querámoslo o no, el fantasma de la guerra estaba detrás de estas muertes.
A pesar que en esos seis últimos meses  de 1986 experimentamos con todas sus crudezas y dolores la arremetida violenta de una clase política que aliada con el narcotráfico y sectores militaristas trataba de contener cualquier manifestación de cambio, el presidente Virgilio Barco nos sorprendió con su mensaje presidencial de año nuevo :  “El año de 1986 –decía- se incorporará en la historia de nuestra patria con el especial significado de haber permitido la consolidación de los valores democráticos, indispensables para dar impulso al progreso y a la reconciliación”. No comprendíamos de qué país hablaba, ni siquiera podría ser  Suecia, porque ese año habían asesinado a su primer ministro Olof Palme. Una prueba más de la ceguera (¿o el cinismo?) que caracterizaría su mandato.
[1987:] EL TAMAÑO DE MI ESPERANZA
“a los hombres que en esta tierra se sienten vivir
y morir, no a los que creen que el sol y
la luna están en Europa”

Cuesta decirlo hoy -veinticinco años después- pero más allá de ese clima de muerte, de esas ausencias crecientes, de esos dolores de patria, que nos había dejado 1986, sentíamos que todavía quedaba un margen  para la esperanza. Hasta ese momento estábamos convencidos que todo esto era parte de los “costos” que debíamos pagar para allanar el camino hacia una verdadera paz con justicia social, al menos esa lectura hacíamos de los procesos de cambio que habían librado y  venían librando otras naciones vecinas. Y, así, recibimos el 87 con entusiasmo. No era una esperanza forjada en el vacío, había signos reveladores de que todo podía ser diferente:
En el plano internacional los esfuerzos iniciados por  los ocho países que integraban la propuesta de “Contadora”  y su grupo de apoyo, buscando alternativas de paz para la guerra en Centroamérica, abonaban el terreno que allanaría la firma de los acuerdos posteriormente conocidos como “Esquípulas I y II” que reivindicaban el derecho de la libre autodeterminación de las naciones y la posibilidad de una solución política a la guerra en Centroamérica, cerrándole el paso a la injerencia  de la potencia del norte, en ese momento duramente cuestionada por el escándalo “Irangate” que comprometía directamente al presidente de los EU. Ronald Reagan. Las investigaciones sobre este nuevo caso colocaban de presente una red de tráfico de armas que eran vendidas a Irán a cambio de rehenes norteamericanos.  Pocos después se supo que dichos dineros eran destinados para apoyar militarmente los “contra” Nicaraguenses.
Como contraparte de esta situación, en el otro polo de la “guerra fría” estaba la labor que venía desarrollando el nuevo secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), Mijail Gorbachov, al punto que conceptos como “Glasnot” (Transparencia) y Perestroika (Reestructuración), fueron rápidamente incorporados a nuestro lenguaje. Saludábamos el regreso de disidentes a la URSS, la apertura informativa, el anuncio del retiro de tropas de Afganistán. Claro, no sospechábamos  que en ese proceso arrojaría el agua sucia de la tina con bebé incluido.
Con todo lo importante y significativo de estos cambios internacionales y los efectos que esas políticas podrían tener en nuestro país, lo que más nos estimulaba eran los nuevos rumbos que iba tomando el movimiento popular en nuestro país. La conformación de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT),  constituía un paso importante para superar el fraccionamiento de casi cuatro décadas del movimiento sindical. La CUT aparecía a nuestros ojos como el resultado de un necesario proceso de búsqueda de la unidad, donde confluiría la CSTC, el Sindicalismo Independiente y sectores desprendidos de las Centrales tradicionales agrupadas en el Frente Sindical Democrático. El 15 de noviembre de 1986, la Nueva Central celebró su congreso constitutivo donde se autodefinió como “Unitaria, Democrática y Pluralista”, abrigando el 80% del sindicalismo colombiano.
De otro lado, estaba la resonante participación electoral de la Unión Patriótica. En un año de vida política y en alianza con otros sectores democráticos, la UP logro elegir para el congreso de la República Nueve Representantes y tres senadores consolidando su mayoría política en Los Llanos Orientales y Arauca,  y obteniendo una significativa votación en departamentos como Meta, Santander, Antioquia y Huila. Además, venciendo nuestro abstencionismo generacional, votamos  por la candidatura de nuestro amigo y maestro Jaime Pardo Leal, quien se lanzaba a la escena pública como una figura de primer orden en la vida política nacional, cuadriplicando los resultados electorales de 1982 e incrementando por primera vez la votación en los comicios presidenciales respecto a las corporaciones públicas.
Muy de la mano con el ascenso de la Unión Patriótica y de nuevas organizaciones de izquierda como “El Frente Popular” y “A Luchar”, el movimiento social avanzaba a pasos gigantescos. El año 87 se había cerrado con una significativa movilización de más de treinta mil campesinos en la región del Guaviare, que amenazaba con tomarse la capital, preanunciando la intensa actividad de los movimientos sociales, ahora agrupados en redes y coordinaciones regionales. En ese primer semestre de 1987,  estalló en mayo el paro Cívico en Chocó, Nariño, Magdalena Medio, y en el Nororiente colombiano (departamentos de Santander, N. de Santander, Cesar  y Arauca). Este último realizado entre el 7 y 14 de junio,  logró movilizar más de 120 mil campesinos que ocuparon las principales cabeceras municipales. Las motivaciones oscilaban entre la exigencia de una mayor participación estatal en la prestación de servicios públicos hasta el rechazo a la “guerra sucia” y la reivindicación del derecho a la vida. Los cientistas sociales declaraban la muerte de los partidos políticos y hablaba de un “Nuevo despertar de los Movimientos Sociales” con un gran “Potencial Emancipador”, mientras que el sociólogo francés Alain Touraine era entronizado como su máximo profeta.
Alimentados por los avances unitarios del sindicalismo, de los movimientos urbanos y regionales, llegamos al Encuentro Nacional Estudiantil “Chucho Peña”, el 16 de mayo de 1987, un sueño acariciado por quienes desarrollábamos nuestra actividad en el campus universitario. El evento estuvo precedido por un seminario realizado en Manizales “La Universidad que Colombia Necesita” y numerosas  jornadas de protestas como las promovidas por la Facultad de Ciencias de la Salud en la  Universidad del Cauca exigiendo la renuncia del rector Harold Alberto Muñoz; actividades de protesta en la Universidad Nacional, la Universidad de Antioquia y la Universidad  Pedagógica y Tecnológica de Tunja (UPTC), en cuyos predios es asesinado el estudiante de tercer semestre de Ciencias Sociales Tomás Herrera Cantillo, el 18 de marzo de ese mismo año.
Aunque el encuentro estuvo lejos de cumplir con las expectativas que nos habíamos trazado y la unidad del movimiento estudiantil quedó como un nuevo punto de la agenda aplazado, mirado a la distancia tuvo la virtud de recuperar para nuestra memoria histórica dos hechos: por un lado, el  cruento 16 de mayo de 1984, cuando escuadrones motorizados ingresaron al campus de la Universidad Nacional y asesinaron un número indeterminado de estudiantes; aquella tarde, ocultos durante más de seis horas en los talleres de la Facultad de Artes un grupo de compañeros escuchamos, atemorizados e impotentes, las detonaciones y las agresiones de la Fuerza Disponible. Lo más sorprendente es que esa misma noche mientras algunos estudiantes deambulaban por las calles de Bogotá con heridas de armas de fuego, las huellas de estos hechos eran borradas, como aquella remota noche de octubre en la Plaza de Tlatelolco. Poco después nos fuimos enterando que muchos compañeros nuestros habían sido detenidos  y confinados  en la Cárcel Distrital de la capital.
Por otro lado, el Encuentro grabó en nuestras amnésicas mentes el nombre del poeta, cantor y teatrero antioqueño que alguna vez escribió:
No quiero morir sin escribir mi verso,
no quiero que mañana al recordarme digan:
No dijo suficiente
no dijo lo que quiso
le dieron miedo los mensajeros de la muerte
y de igual forma murió. (http://chuchopena.blogspot.com.ar/)

Pero Chucho Peña dijo lo suficiente, sí lo suficiente para que en este país los mensajeros de la muerte lo desaparecieran un 30 de abril de 1986, lo torturaran y arrojaran en un lejano paraje su cuerpo inerte y descuartizado.

25 DE AGOSTO DE [1987]

Vi en el reloj de la pequeña estación que eran las once de la noche pasadas.
Fui caminando hasta el hotel. Sentí, como otras veces, la resignación y
el alivio que nos infunden los lugares muy conocidos. El ancho portón estaba abierto;
la quinta, a oscuras. Entré en el vestíbulo, cuyos espejos pálidos repetían
las plantas del salón. Curiosamente el dueño no me reconoció y me tendió
el registro. Tomé la pluma que estaba sujeta al pupitre, la mojé en el tintero
de bronce y al inclinarme sobre el libro abierto, ocurrió la primera sorpresa de
las muchas que me depararía esa noche. Mi nombre, Jorge Luis Borges,
ya estaba escrito y la tinta, todavía fresca.

A punto de cumplirse un año del gobierno Barco, empezamos a sentir los pasos de la muerte mucho más cercanos y julio dio la señal: en ese mes fueron muerto cinco integrantes de la Universidad de Antioquia: “El 3 de julio fue asesinado el profesor Darío Garrido Ruiz. Al día siguiente la víctima fue el estudiante Edison Castaño Ortega, pertenecían a la Facultad de Odontología. El viernes 17 de julio, apareció muerto y con señas de tortura, el estudiante de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia, José Abad Sánchez Cuervo, quien había desaparecido al inicio de la semana […] El 27 de julio, y también con señas de tortura, apareció el cuerpo de John Jairo Villa Peláez, estudiante de la Facultad de Derecho, en el barrio Castilla. Miembros de la Policía declararon que el joven tenía antecedentes delictivos, pero esta versión fue desmentida por un hermano de la víctima. El último día del mes, fue baleado frente a su casa Yowaldin Cardeño Cardona, de 18 años, alumno del Liceo Antioqueño de la Universidad de Antioquia” (Andrea Aldana. Recuerdos de Otras Crisis. http://periodistasudea.com/quepasaudea/2010/recuerdos-de-otras-crisis/).
Como si esto fuera poco, el 16 de junio de 1987 el presidente Barco declaró rota la tregua en el Caquetá, después que las FARC diera muerte a 27 soldados del batallón “Cazadores”. Desde hacía tiempo los acuerdos de paz y tregua, transitaban sobre un delgado filo de hostigamientos y provocaciones, particularmente cuando seis meses atrás 24 guerrilleros que adelantaban el trabajo político de la Unión Patriótica habían sido asesinados en la región de Urabá. Noticia ésta que se había extraviado entre las celebraciones de fin de año. De modo tal que el anuncio de Barco no fue sino la confirmación de que la guerra había ganado nuevamente la partida. Sin embargo, el país no parecía darse cuenta de ello, sumergido en el trance hipnótico en que nos había sumido el triunfo ciclístico de Lucho Herrera en la vuelta a España, la obtención de un nuevo campeonato mundial de boxeo, esta vez en la categoría super-pluma, y la agonía del torero Pepe Cáceres quien jamás se recuperaría de su mortal cornada.
Pero la muerte que no parecía dejarse distraer por estas pasajeras emociones siguió impávida su recorrido en agosto: El 1º  de ese mes fue torturado y asesinado José Ignacio Londoño Uribe, estudiante de comunicación social de la Universidad de Antioquia;  dos días después, un sicario segó la vida del antropólogo y docente de la Facultad de Ciencias Sociales de esa misma universidad, Carlos López Bedoya. El 5 de agosto el turno fue para el estudiante de Ingeniería Gustavo Franco Marín quien fue sacado de su casa y posteriormente asesinado.
En la madrugada del 14 de agosto, en su propia casa y a escasas cuadras de la IV Brigada de Medellín, fue acribillado delante de su esposa y algunos de sus hijos,  senador de la Unión Patriótica Pedro Luis Valencia, quien era además, un destacado catedrático de la Facultad Nacional de Salud Pública de la Unión Patriótica. El médico se había desplazado a Medellín para participar en una manifestación pacífica por el derecho a la vida, organizada por los estudiantes de la Universidad de Antioquia. Con Valencia ya la cifra de miembros de la Unión Patriótica asesinados sobre pasaba los 400, entre ellos,  tres representantes, un diputado, un consejero intendencial y 20 concejales.
La cifra se incrementó dos días después, cuando el 16 de agosto fue asesinado el abogado Álvaro Garcés Parra, alcalde de Sabana de Torres (Santander),  primer mandatario municipal de la Up en Santander. Meses antes, la población había realizado un paro cívico al ser suspendido irregularmente por las autoridades departamentales, obligando a su restablecimiento en el cargo. Uno de los sicarios muerto en el ataque, portaba en sus bolsillos un  permiso especial para el porte de armas expedido por el capitán Luis Orlando Orjuela, oficial de inteligencia perteneciente al batallón Ricaurte de la V Brigada del Ejército con sede en Bucaramanga.
El martes 25 de agosto en horas de la mañana nos enteramos por las emisoras radiales del asesinato del dirigente magisterial de Antioquia y presidente de la Asociación de Institutores de Antioquia (ADIDA), Luis Felipe Vélez.  En una de sus últimas intervenciones públicas en el Parque Berrío de Medellín había concluido su discurso expresando un sentimiento que todos llevábamos adentro: “Tendremos que hacer del dolor que sentimos por la oleada de sangre en que diariamente envuelve al país los organismos militares y paramilitares, un acopio de valor civil para luchar por la vigencia de la vida. A la vida por fin daremos todo, a la muerte jamás daremos nada” (Biografía de un Gran Líder. http://luisfelipevelezherrera.blogspot.com.ar/).
Once horas más tarde, muy cerca del lugar del crimen, fueron acribillados Héctor Abad Gómez y Leonardo Betancur Taborda, vicepresidente de ADIDA, cuando se disponía a elaborar un comunicado de rechazo por la muerte de Felipe Vélez. Las palabras se quedan cortas para describir el sentimiento de desconcierto e impotencia que experimentamos en aquel momento  en que escuchamos la noticia. De aquel momento sólo dos recuerdos acuden a mi memoria: el primero una imagen de televisión del día anterior a su crimen donde Héctor Abad, portando un cartel del Comité para la Defensa de los Derechos  responde a una periodista -que seguramente le interpelaba por el motivo de la marcha-:  “esta es una protesta pública para llamar la atención sobre los numerosos desaparecidos en Colombia y por el derecho a la vida”.
La otra imagen, es el texto de una carta dirigida a los Jóvenes de Medellín, publicada quince días antes de su muerte por el diario El Tiempo. En esta misiva, firmada como precandidato a la Alcaldía de Medellín, Héctor Abad hacía un recorrido de lo que fue el proceso de migración de las zonas rurales de Antioquia  a la ciudad de Medellín; destacaba luego, cómo la violencia y la injusticia había sido los determinantes de ese desplazamiento, para entonces referirse a los problemas sociales  a que se veían avocados los jóvenes, debido a causas objetivas locales, nacionales e internacionales que los originaban, y terminaba invitándolos a la búsqueda de soluciones para lo cual solicitaba “de su concurso, de sus iniciativas, de su inteligencia y de sus aportes en ideas, y, sobre todo, en el mayor conocimiento que tienen acerca de sus verdaderas necesidades y problemas, y de la forma como deben resolverse” (El Tiempo, agosto 7 de 1987).
Debo confesar que para el momento de su crimen, en mi imaginario Héctor Abad hacía parte de lo que, en el esquemático lenguaje de la época (signado aún por la “guerra fría”), denominábamos “personalidades democráticas”, esto es intelectuales, políticos, escritores, artistas pertenecientes a los partidos tradicionales que aunque no compartían el ideario socialista estaban comprometidos con la defensa de las libertades públicas y los derechos humanos, y que en aquel 1987 también estuvieron en la mira de la muerte, empezando por el ex ministro Enrique Parejo González que en enero sobrevivió a un atentado en la lejana Budapest (Hungría) hasta el escritor Antonio Caballero, el periodista Daniel Samper y la actriz Vicky Hernández que al finalizar el año ya habían abandonado el país rumbo al exilio.
Esta preocupación la expresaba con gran claridad un columnista muy cercano a los gobiernos de turno como lo era Roberto Posada García-Peña (más conocido como D’Artagnan): “Los asesinatos de militantes de la Unión Patriótica –escribía- son incontables, pero ya casi no conmueven. Entonces no hay reparo para comenzar a escoger víctimas ‘más sonoras’: verbigracia, un liberal como Héctor Abad Gómez, de claras  inclinaciones progresistas, que no comunistas. Médico, además, animado en su vida por algo más que simples veleidades sociales” (El Tiempo, 28 de agosto de 1987)
Fue mucho años después, ya como docente de la Universidad de Antioquia, que tuve oportunidad de conocer y dimensionar los aportes de Héctor Abad, no sólo en la importante labor de defensa de los derechos humanos, sino en el campo científico de la medicina preventiva y la salud pública. Su alta calidad humana, su drama familiar (que ha sido el de millares de colombianos víctimas de la violencia), lo fui reencontrando a través de la pluma de su hijo Héctor Abad  Faciolince en el “Olvido que Seremos”, que leí de principio a fin en una sola jornada, precisamente cuando estaba privado de mi libertad en la cárcel Nacional “Modelo”. La fuerza de la palabra, la pasión con que fue escrito este libro me atrapó. Sin embargo, de no haber conocido esas otras dos dimensiones de Héctor Abad, con la sola lectura de esta bella obra literaria su imagen habría quedado incompleta en mi memoria.
El miércoles 26 de agosto mientras desarrollábamos actos de protesta por los hechos de violencia que sacudían el país, una bala disparada por la fuerza pública segó la vida de Luis Alberto Parada, estudiante de Derecho de la Universidad Nacional. Al día siguiente millares de personas marchamos en silencio por la carrera séptima hacia la Plaza de Bolívar en rechazo a la “guerra sucia” y por “el Derecho a la Vida”. Como en aquella memoriosa manifestación que liderara el líder popular Jorge Eliécer Gaitán, el pueblo colombiano marchó en silencio recordando los ecos de la Oración Fúnebre que pronunciara el tribuno un 7 de febrero de 1948, poco meses antes de su crimen: “Bajo el peso de una honda emoción me dirijo a vuestra excelencia, interpretando el querer y la voluntad de esta inmensa multitud que esconde su ardiente corazón, lacerado por tanta injusticia, bajo un silencio clamoroso, para pedir que haya paz y piedad para la patria […]Nosotros, señor Presidente, no somos cobardes. Somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado. ¡Somos capaces de sacrificar nuestras vidas para salvar la paz y la libertad de Colombia! Impedid, señor, la violencia. Queremos la defensa de la vida humana, que es lo menos que puede pedir un pueblo”
Pero, una vez más, las élites políticas y económicas de este país fueron insensibles a este llamado
[1987-2012] HISTORIA DE LA ETERNIDAD
Me quedé mirando esa sencillez. Pensé, con seguridad en voz alta: Esto es lo
mismo de hace treinta años... Conjeturé esa fecha: época reciente en otros países,
pero ya remota en este cambiadizo lado del mundo. Tal vez cantaba un pájaro y
sentí por él un cariño chico, y de tamaño de pájaro; pero lo más seguro es que en
ese ya vertiginoso silencio no hubo más ruido que el también intemporal de los
grillos. El fácil pensamiento  Estoy en mil ochocientos y tantos  dejó de ser unas
cuantas aproximativas palabras y se profundizó a realidad. Me sentí muerto, me
sentí percibidor abstracto del mundo: indefinido temor imbuido de ciencia que es la
mejor claridad de la metafísica. No creí, no, haber remontado las presuntivas aguas
del Tiempo; más bien me sospeché poseedor del sentido reticente o ausente de la
inconcebible palabra eternidad. Sólo después alcancé a definir esa imaginación.

En el mes de octubre, pocos días después de conmemorar los veinte años de la muerte de Ernesto Che Guevara, fue asesinado el candidato presidencial de la Unión Patriótica Jaime Pardo Leal. El fantasma de  otro nueve de abril, tal como nos lo habían narrado nuestros padres y lo habíamos leído en los libros de historia se proyectó sobre el horizonte: buses incendiados, edificios apedreados, barricadas en las calles, enfrentamientos con la fuerza pública y tanquetas militares anillando la ciudad. Era la indignación de un pueblo que veía caer a sus mejores hombres.
Pero Pardo Leal más allá de ser el candidato de la Unión Patriótica, era también el ilustre jurista y el maestro de la Universidad Nacional, que en el auditorio Camilo Torres de la Facultad de Derecho, junto con Eduardo Umaña Luna y Ricardo Sánchez, nos abrían con sus brillantes y encendidas intervenciones los ojos a una realidad que apenas si empezábamos a comprender. Su noble condición humana nos la recuerda nuestro amigo y colega Luis Eduardo Celis, cuando cuenta que al terminar la clase les decía a sus estudiantes “invito a dos de ustedes a almorzar a mi casa, levanten la mano y vámonos”.
Apenas había trascurrido poco más de un mes de la muerte de Jaime Pardo cuando nos llegó la noticia de la masacre ocurrida en la casa de la Juventud Comunista (JUCO) en Medellín. El 24 de noviembre al caer la tarde, tres hombres armados ingresaron a la sede de la Juco. Allí fueron acribilladas Orfelina Sánchez, María Concepción Bolívar, Iriam Zuaga, Pedro Sandoval, Marlene Arango Rodríguez y Luz Marina Rodríguez. Como ya era costumbre en este tipo de atentados, los agentes policiales ofrecidos por el Estado para resguardar sus vidas se retiraron pocos minutos antes de los crímenes supuestamente a “tomar un tinto”. Lo cierto es que todavía contábamos con la fuerza y la decisión para salir a las calles y expresar nuestro dolor e indignación, y así lo hicimos cerca a la sede de la Juventud, en medio de un gran clima de tensión.
En ese último trimestre de 1987 la lista de profesores y estudiantes asesinados se amplió, al nombre de la ya mencionada Luz Marina Rodríguez, estudiante de Química y Farmacia de la Universidad Nacional, sede Medellín, se agregaron los de: Rodrigo Guzmán Martínez, vicepresidente de la Asociación Nacional de Médicos Internos y Residentes de la seccional Antioquia; Orlando Castañeda Sánchez, estudiante de VIII semestre de la Facultad de Medicina de la UdeA; Francisco Gaviria Jaramillo, estudiante de último año de Comunicación Social de esta misma universidad y Luis Fernando Vélez Vélez, docente e investigador de la Universidad de Antioquia (Andrea Aldana, Op.cit.)
La gran mayoría de estos crímenes se mantienen en la impunidad: “Casos Aislados de violencia”, “Fuerzas oscuras que quieren desestabilizar el país” fue la respuesta que siempre estuvo en los labios de quienes tenían la obligación de investigar estas muertes. En muchos casos las mismas víctimas señalaron pistas sobre sus asesinos. Jaime Pardo Leal, por ejemplo,  seis meses antes de su muerte denunció en una rueda de prensa a 15 oficiales activos de las Fuerzas Militares, tres retirados y algunos agentes de policía vinculados directamente con torturas, desapariciones y asesinatos. También demostró la existencia de grupos paramilitares como Muerte a Revolucionarios del Nordeste compuesto por efectivos de la fuerza pública, a tiempo que señaló la participación de políticos, civiles y  narcotraficantes en la promoción y financiación de los mismos.
Para el presidente Virgilio Barco, la existencia de estos grupos paramilitares era un problema de simple “confusión semántica”; para el Ministro de Justicia José Manuel Arias Carrizosa se trataba del ejercicio de un derecho constitucional consagrado por cualquier legislación civilizada del mundo;  mientras que para los editorialistas del tiempo era “simple y llanamente, la aplicación del sagrado derecho de defender la vida y los bienes de los ciudadanos contra asaltos de la delincuencia bien sea política o simplemente criminal” (El Tiempo, Julio 30 de 1987); hoy sabemos que al amparo de estas organizaciones se adelantó la más grande contrarreforma agraria del país, se exterminó un experimento popular como lo fue la Unión Patriótica y se aniquiló de tajo una generación de jóvenes que creyeron en la posibilidad de una sociedad más justa.
Veinticinco años después recordamos y seguiremos recordando estos compañeros(as) y colegas, que desde su compromiso con la actividad estudiantil o sindical, el trabajo popular, la cátedra universitaria, la investigación social o su conocimiento profesional supieron vincular críticamente su labor universitaria con las realidades sociales del país, haciendo suyo aquel principio que inspirara la Reforma de Córdoba de hacer de la Universidad un órgano social de utilidad colectiva y no “una fábrica donde vamos a buscar la riqueza privada con el título”.
Como en aquel polémico poema encontrado en un bolsillo de Héctor Abad Gómez, aquel Borgiano 25 de agosto (de 1987) “esta meditación es un consuelo” y busca aportar un grano de arena al rescate de la memoria de todos los universitarios caídos porque recordando aquel filósofo alemán muerto también un 25 de agosto “Aquel que tiene un porqué para vivir se puede enfrentar a todos los ‘cómos’”.

DECLARACION SOLIDARIDAD INTERNACIONAL DE EDUCACION

San José, Costa Rica

Doctor
Ignacio Mantilla.
Rector Universidad Nacional de Colombia

Cc: Consejo Superior Universitario
Dar trámite de prórroga de la Comisión Regular Externa para el Dr. Miguel A. Beltrán

Estimado Señor Rector,
La Internacional de la Educación (IE) es una federación mundial de sindicatos docentes que representa a más de 30 millones de miembros en 173 países, incluyendo la Federación Colombiana de Educadores –FECODE y a la Asociación Sindical de Profesores Universitarios-ASPU en Colombia.
Nos dirigimos a usted para expresar nuestra solidaridad con el Dr. Miguel Ángel Beltrán Villegas y a la vez sumarnos a los múltiples llamamientos internacionales y nacionales que han solicitado a la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia y a la universidad misma que se de trámite de prórroga de la Comisión Regular Externa para el Dr. Miguel A. Beltrán.
El Doctor Beltrán ya ha demostrado que presentó la solicitud de prórroga en observancia de las fechas y cronogramas debidos. Igualmente presentó un informe detallado de su participación en actividades, seminarios, así como una actualización y publicación de tesis doctoral e investigación posdoctoral. Igualmente ha ofrecido por escrito asumir compromisos docentes para ser desarrollados por metodologías virtuales, adicionales a su trabajo de investigación postdoctoral.
El año 2011 nuestra organización celebró que se le concediera la libertad al Dr. Beltrán luego de la repudiable detención irregular y el posterior encarcelamiento del que fue víctima en el 2009. Se ha demostrado que no había ninguna prueba que sustentara la acusación por los cargos de “rebelión” y “concierto para delinquir”. No obstante, una vez en libertad, el Doctor Beltrán sufrió un fuerte acoso acompañado de amenazas de muerte, sin obtener debida protección por parte de las autoridades colombianas, hechos que lo obligaron a salir del país para proteger su vida.
Es un deber de las autoridades públicas defender y garantizar el derecho a la vida de las trabajadoras y los trabajadores de la educación. Actualmente no existen garantías para la vida del profesor Beltrán en Colombia.
Es por esto que desde la Internacional de la Educación a nivel mundial y en particular en todas las asociaciones de profesores latinoamericanos, en las universidades, instituciones de educación superior y de educación básica, hacemos un llamado para que se le tramite cuanto antes la Prórroga de la Comisión Regular Externa al profesor Beltrán; y estaremos atentos al compromiso de la Universidad Nacional de Colombia de defender la vida de sus profesores que están siendo hostigados y/o amenazados.
Le comunicamos que el Dr. Beltrán además ha sido invitado a participar en nuestra Conferencia Mundial de Educación Superior que tendrá lugar del 24-26 de septiembre en Buenos Aires, Argentina.
Nos mantendremos vigilantes de este proceso y esperamos que usted interponga sus mejores oficios para garantizar que el Dr. Beltrán pueda gozar de la prórroga.


Atentamente,

Hugo Yaski
Presidente del Comité Regional Internacional de la Educación para América Latina CTERA, Argentina

Fátima da Silva
Vicepresidenta del Comité Regional Internacional de la Educación para América Latina CNTE, Brasil

Brígida Rivera
Vicepresidenta del Comité Regional Internacional de la Educación para América Latina CGTEN/ANDEN, Nicaragua


Juçara Dutra Vieira
Vicepresidenta Mundial Internacional de la Educación CNTE, Brasil


Maria Teresa Cabrera
Integrante Comité Ejecutivo Mundial Internacional de la Educación ADP, República Dominicana


Stella Maldonado
Integrante Comité Ejecutivo Mundial Internacional de la Educación CTERA, Argentina


Senén Niño
Integrante Comité Ejecutivo Mundial Internacional de la Educación FECODE, Colombia


Con Copia: ASPU y FECODE Colombia -Colegio de profesores, Chile
-CEA, Argentina
-CONADU, Argentina

-CONTEE-Brasil
-CONATECH, Chile
-CGTEN-ANDEN, Nicaragua
-ANDE, Costa Rica
-SEC, Costa Rica
-FAPROUASD, República Dominicana -ANPROTED, República Dominicana -COLPROSUMAH, Honduras -COPEMH, Honduras
-COPRUMH, Honduras

-FEPDES, Nicaragua
-OTEP, Paraguay
-MPU, Panamá
-SUTEP, Perú
-FEDMYFEP, Uruguay -FETRA-Enseñanza, Venezuela. -FEV-Venezuela

-CTEUB, Bolivia
-FUM
TEP, Uruguay
-FAUECH, Chile
-PROIFES, Brasil
-AMIA-Panamá
-FENAPUPE-Ecuador
-Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, CNTE México

-FENAPES-Uruguay -STEG, Guatemala

SOLIDARIDAD DESDE ECUADOR


COMITÉ EJECUTIVO NACIONAL
68 AÑOS Casa del Maestro: Ascázubi 271 y 10 de agosto    Telfs2527666 – 504226    
                     Quito - Ecuador
PAGINA WEB: www. une.org   CORREO ELECTRÓNICO:   une_ nacional@yahoo.es
POR UNA EDUCACIÓN NACIONAL, CIENTÍFICA Y DEMOCRÁTICA AL SERVICIO DEL PUEBLO

Quito, 24 de agosto de 2012
Doctor

Ignacio Mantilla.
Rector Universidad Nacional de Colombia

Cc: Consejo Superior Universitario

Dar trámite de prórroga de la Comisión Regular Externa para el Dr. Miguel A. Beltrán

Estimado Señor Rector,

Reciba el saludo de la Unión Nacional de Educadores de Ecuador, de su Comité Ejecutivo y del Magisterio ecuatoriano.
Conocedores/as de la existencia de un  trámite de prórroga ante la Comisión Regular Externa presentada por el Dr. Miguel A. Beltrán en fechas ycronogramasexigidos por la normativa correspondiente, que igualmente presentó un informe detallado de su participación en actividades, seminarios, así como una actualización y publicación de tesis doctoral e investigación posdoctoral. Que  ha ofrecido por escrito asumir compromisos docentes para ser desarrollados por metodologías virtuales, adicionales a su trabajo de investigación postdoctoralUNE se  adhiere a las expresiones de solidaridad hacia el  Dr. Miguel A. Beltrán.

En el año 2011 UNE saludó la libertad  del Dr. Beltrán ante al falta de pruebas acusatorias por los cargos de “rebelión” y“concierto para delinquir” sin embargo nuestra preocupaciónradica en el fuerte acosoacompañado de amenazas de muerte hacia el profesional de la educaciónquien no obtuvo la debida protección por parte de las autoridadescolombianas, hechos que lo obligaron a salir del país para proteger su vida.

La Unión Nacional de Educadores defiende los derechos de los y las docentes, el derecho a una educación gratuita y de calidad, en el concierto internacional nos solidarizamos con el Magisterio mundial; en esas circunstancias nos unimos al llamado que se realiza desde la Internacional de la Educación, paraque se le tramite cuanto antes la Prórroga de laComisión Regular Externa al profesor Beltrán como una vía para garantizar la vida del Profesor

En la seguridad que usted interpondrá sus mejores oficios para garantizar que el Dr. Beltrán pueda gozar de la prórroga por así decirlo su alto espíritu de solidaridad y defensa de la vida

Atentamente

Mariana Pallasco Rivera
PRESIDENTA UNE NACIONAL
telf091441733



APOYO DESDE URUGUAY

RECTORIA DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA PRESENTE

FEDMYFEP DEL URUGUAY (FEDERACION DE MAESTROS YFUNCIONARIOS DE LA EDUCACION PUBLICA)MANIFIESTA SU SOLIDARIDAD HACIA EL DOCTOR BELTRAN Y SOLICITA  A USTEDES REALIZAR EN FORMA URGENTE EL TRAMITE DE LA PRORROGA DE LA COMISION REGULAR EXTERNA DEL PROFESOR UNIVERSITARIO MIGUEL A. BELTRAN.


DESDE YA MUCHAS GRACIAS

SALUDA A UD ATTE

LETICIA ALVES  MONTANARI          
Presidenta
FEDMYFEP - Uruguay                                             

sábado, 11 de agosto de 2012

DECLARACION DE SOLIDARIDAD CON EL DR. MIGUEL ANGEL BELTRAN VILLEGAS

La CTA, Central de los Trabajadores de la Argentina, expresa su más severa preocupación por la situación que enfrenta el Dr. Miguel Ángel Beltrán Villegas y se solidariza con él en representación de los trabajadores de la Argentina.

El Estado colombiano lleva adelante una política persecutoria contra el Dr. Beltrán Villegas debido a su actividad académica y sindical, que encuentra como repudiable antecedente su detención irregular y posterior encarcelamiento en 2009. Procesado en base a acusaciones falsas, tras dos años de encarcelamiento, el Dr. Beltrán fue finalmente liberado por falta de pruebas.

A pesar de no haberse  demostrado la acusación por los cargos de “rebelión” y “concierto para delinquir” carecía absolutamente de sustento, una vez en libertad, el académico siguió siendo hostigado y comenzó a sufrir amenazas de muerte, por lo que pidió a las autoridades colombianas protección, sin obtener resultados, obligándolo a salir del país.

Al respecto, la Universidad Nacional de Colombia le ha negado al Dr. Beltrán Villegas una prórroga para continuar desarrollando sus estudios posdoctorales afuera del país, por lo que debería retornar al mismo poniendo en peligro su vida.

Creemos que las autoridades universitarias no pueden desentenderse de esta situación, ya que es su deber garantizar la libertad académica y el desarrollo del pensamiento crítico. Esperamos que los cuerpos colegiados de la Universidad Nacional de Colombia atiendan al requerimiento humanitario de no imponer al Dr. Beltrán exigencias que suponen, en las actuales condiciones, un
riesgo cierto para su persona y un condicionamiento severo a su actividad, y que demuestren, al mismo tiempo, un compromiso efectivo con las libertades democráticas.

Es por ello que la central de los trabajadores de la Argentina, junto a la comunidad académica y sindical internacional, nos solidarizamos con el Dr. Beltrán Villegas y llamamos a la Universidad Nacional de Colombia a contemplar esta situación, permitiendo a nuestro colega proseguir con su trabajo académico preservando su integridad física.


                                                                             
                                                                                  Hugo Yasky
                                                                            Secretario General
                                                         Central de los Trabajadores de la Argentina

CONFERENCIA PROFESOR MIGUEL ANGEL BELTRAN EN EL CONGRESO UCU

ENTREVISTA PROFESOR MIGUEL ANGEL BELTRAN

MIÉRCOLES, 8 DE AGOSTO DE 2012
“A pesar de las limitaciones del Estado, en Colombia las universidades públicas han sido un espacio crítico, donde se dieron manifestaciones importantes como expresión de oposición y de pluralismo”
Publicado por Walter Barboza
Miguel Ángel Beltrán es un docente universitario e investigador colombiano que recorre América Latina no por una decisión política, sino por la amenaza de muerte que pesa sobre él desde que hace algunos años comenzara a desarrollar sus trabajos de investigación sociológica sobre la guerrilla colombiana. Beltrán es miembro de la Asociación Sindical de Profesores Universitarios (ASPU), una organización gremial con una larga tradición de lucha en Colombia que forma parte activa de la Internacional de la Educación para América Latina (IEAL).

Su periplo comenzó cuando en el año 2008 se encontraba desarrollando una estancia posdoctoral en México, invitado por el Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA) de la Universidad NacionalAutónoma de ese país. En ese contexto fue secuestrado por las autoridades del Instituto Nacional de Migración (INM), en un operativo conjunto con los organismos de inteligencia del Estado Colombiano, trasladado a Bogotá y presentado ante la opinión pública como un importante jefe guerrillero que operaba bajo el alias de “Jaime Cienfuegos”. Su aprensión, que contó con una fuerte campaña de prensa en favor de su arresto, se produjo bajo los cargos de “rebelión” y “concierto para delinquir”. La misma, que fuera utilizada por el presidente Álvaro Uribe para exhibirlo como un terrorista internacional, se llevó a cabo en un marco en el que los docentes universitarios que desarrollan una tarea autónoma del poder estatal, y orientada a abordar las principales problemáticas colombianas, son fuertemente cuestionados por su actividad.

Nunca hubo pruebas para su encarcelamiento. Le iniciaron un proceso judicial a partir de supuestos documentos que lo vinculaban a la guerrilla colombiana. Esas pruebas eran en realidad sus “escritos académicos” y una computadora que presuntamente pertenecía al fallecido jefe guerrillero Raúl Reyes. Aseveración que nunca fue comprobada.

Con su detención es imposible soslayar otros datos que describen la continuidad de las políticas que los distintos gobiernos de los Estados Unidos han diseñado para América Latina: “Doctrina Monroe”, “diplomacia del dólar”, “política del garrote”, “política del buen vecino”, “Doctrina de la Seguridad nacional”, “Consenso de Washington”. Ellas describen las regularidades del comportamiento de Estados Unidos frente a los distintos procesos políticos desarrollados por los gobiernos de Centro América y el Cono Sur durante gran parte de los siglos XIX y XX.

A Beltrán, de profesión sociólogo, no se le escapa el marco histórico. Por el contrario, en algunas de sus exposiciones a nivel internacional, en las que ha denunciado su detención como parte de una campaña del gobierno colombiano, ha señalado que los gobernantes de su nación “se ufanan de contar con uno de los países de más larga estabilidad democrática en el continente”. Mientras en los últimos cien años, países como Argentina, Chile, Uruguay y Bolivia padecieron cruentas dictaduras, Colombia vivió, hace más de medio siglo un golpe militar que en su momento fue calificado de golpe de opinión y desde entonces se ha celebrado ininterrumpidamente elecciones, contando desde 1991 con una nueva Constitución Política que consagró una serie de mecanismos para la protección de los Derechos Humanos y la participación popular; el reconocimiento de los derechos culturales y territoriales a las minorías étnicas y el promocionado impulso a procesos de negociación con movimientos armados, que han concluido en su desmovilización, permitiendo que algunos de sus dirigentes hoy día hagan parte del aparato estatal. Pero detrás de esta ficción democrática se esconde una cruda realidad: el estado colombiano cuenta con uno de los ejércitos que recibe mayor ayuda de los Estados Unidos en el mundo y que han sido los responsables del asesinato de miles de compatriotas. La ONU reconoce cerca de sesenta mil desaparecidos en el país; mientras que la cifra de desplazados por los grupos paramilitares –en connivencia con el Estado- supera los cinco millones de personas. Desde la creación de la Central Unitarias de Trabajadores (CUT) en 1986 han sido asesinados cerca de tres mil sindicalistas. Las organizaciones de Derechos Humanos han puesto de presentes que el 60% de los sindicalistas asesinados en el mundo son colombianos. Todo esto como parte de una estrategia de terrorismo de Estado que criminaliza cualquier expresión de oposición política y social, y que persigue el pensamiento crítico”.

Beltrán será uno de los panelistas que intervendrá en las actividades previstas para el desarrollo del Congreso Mundial organizado por la Internacional de la Educación (IE) en la República Argentina.

De visita en la Argentina, y de paso por la sede de la Federación Nacional de Docentes Universitarios (CONADU), mantuvo una reunión con la conducción de la Federación en la que recibió el apoyo y el respaldo de sus dirigentes, la que quedó expresada en un documento que será enviado a las autoridades de la Internacional de la Educación para América Latina (IEAL) y difundida en foros y encuentros de carácter internacional.

domingo, 5 de agosto de 2012

CUANDO EL OFICIO DE PERIODISTA SUPLANTA LA FISCALÍA

Agosto 4 2012
Miguel Ángel Beltrán Villegas
Profesor Asociado Universidad Nacional de Colombia
Ex Preso Político

La semana pasada, en México, el movimiento interuniversitario #YoSoy132, y otras organizaciones sociales, adelantaron un mitin pacífico alrededor de la sede de Televisa Chapultepec en rechazo a lo que consideran “la manipulación mediática que la cadena realiza cotidianamente y en especial en el pasado proceso electoral y por el papel que ha jugado dicha empresa por la imposición del candidato Enrique Peña Nieto”. En su pronunciamiento, los organizadores del movimiento hicieron un recuento de las históricas alianzas del PRI con la televisora, al tiempo que señalaron cómo esta empresa de televisión es "la cara más visible de la oligarquía que gobierna este país; de poderes fácticos que imponen y quitan gobernantes, y producen y difunden de manera manipulada la información" (La Jornada 26 de julio 2012).
Colombia: ¿Periodistas o Tribunales de la Inquisición?
No es difícil establecer las analogías de Televisa con el papel que han cumplido en Colombia medios informativos como El Tiempo, Caracol y RCN; baste analizar el reciente manejo que se dio a las protestas en el departamento del Cauca, cuyo objetivo  -como lo advirtiera claramente la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (ACIN) en una carta dirigida al máximo jefe de las FARC- no es declararle la guerra ni a la guerrilla ni al Estado,  Por eso nuestra Minga se hace cuidando siempre a la comunidad, y cuidándonos siempre de no darle ventaja militar a ninguno de los actores armados como ordena el Derecho Internacional Humanitario. No vamos a agredir a nadie, pero utilizaremos la fuerza de nuestra comunidad reunida, de nuestra palabra y de nuestros derechos para recuperar nuestros territorios” (ACIN, julio 16 de 2012). No obstante, estas reiteradas declaraciones, la atención de los medios oficiales de comunicación se centró en destacar lo que calificaron como “violencia indígena contra el ejército”.
Cuando en el ejercicio constitucional de la libertad de opinión se presentan perspectivas críticas, como las expresadas por la senadora Piedad Córdoba en Miranda (Cauca), donde denuncia la instalación de bases militares del ejército, la siembra de minas quiebrapatas, y los costos económicos y humanos de esta guerra, inmediatamente viene el señalamiento y la estigmatización, ya no digamos de funcionarios como el procurador general o el Ministro de Defensa cuya labor inquisitorial esta puesta fuera de duda, sino de periodistas que se autoproclaman “independientes” pero que han convertido sus columnas en verdaderos espacios para adelantar una “santa cruzada” contra aquellos que se atreven a pensar diferente.
Periodistas como Salud Hernández, cumplen cabalmente ese papel. No es la única por supuesto, pero sí una de las puntas de lanza. Su tarea es traducir al lenguaje periodístico los escritos acusatorios de la Fiscalía (particularmente los formulados por la unidad  antiterrorismo) o, peor aún, hacer eco de  información ficticia sobre investigaciones judiciales actuales con base en información recaudada por los servicios de inteligencia que, en Colombia, ya sabemos cómo actúan a la hora de armar los “montajes judiciales” o los mal llamados “falsos positivos”.

A propósito de La Marcha Patriótica y la Unión Patriótica: Un poco de historia
En su reciente artículo titulado “Teodora y sus amigos”, la mencionada columnista arremete contra la “Marcha Patriótica” según ella “Financiada  e impulsada por las FARC”.  Agrega además que el Frente 27, de esta organización “pagó bus, alimentación y dormida de los campesinos que reclutaron de las veredas de Vistahermosa (Meta) y Santo Domingo, que ellos controlan” (El Tiempo Julio 29 de 2012). Una acusación que en nada se aparta de los argumentos que desde los tiempos de la “guerra Fría” ha utilizado el stablishment colombiano para perseguir y aniquilar la oposición política y social en el país.
En la época de la violencia bipartidista, los gobiernos conservadores acusaban a las directivas del partido liberal de apoyar y respaldar a Eliseo Velásquez, en ese momento máximo jefe de las guerrillas del Llano, cuando abogaban “por una política de paz y concordia para el país”. Luego que liberales y conservadores limaron sus diferencias y se aliaron en el pacto del Frente Nacional (1957), los promotores de este acuerdo bipartidista señalaron al disidente Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) de estar infiltrado por la guerrilla, al contar en sus filas con excombatientes como Juan de la Cruz Varela, Rafael Rangel, entre otros.
Lo mismo se dijo en su momento del movimiento Unión Patriótica (UP), sobre el cual, cabe aclarar, que en sus orígenes constituyó una propuesta política amplia producto de los acuerdos de “Cese al Fuego, Tregua y  Paz” firmados en 1984 por el gobierno del presidente Belisario Betancur y la guerrilla de las FARC.  Esta última retornó a la lucha armada, luego que el presidente Virgilio Barco (1986-1990) declarara rota la tregua. Las reformas económicas, políticas y sociales con las cuales se comprometió el gobierno jamás se hicieron efectivas y, en cambio, si fueron asesinados más de cinco mil integrantes, entre candidatos presidenciales, parlamentarios, concejales, alcaldes y militantes de base.
Muchas de las muertes de los integrantes de la Unión Patriótica se justificaron argumentando su supuesto “proselitismo armado”. Una expresión que se escuchó  por primera vez en Puerto Boyacá, en labios del político liberal Pablo Emilio Guarín, uno de los responsables de la desaparición forzada de los líderes populares Miguel Ángel Díaz y Faustino López y cuyo busto construido en esta población es un verdadero monumento al “Terrorismo de Estado”.
Para nadie es un secreto que fue precisamente en esa región donde se inició el "Plan Piloto" del paramilitarismo –con la activa participación de las FF.AA. así como mercenarios israelitas y británicos-  experimento que pronto se extendió a otras regiones del país. Numerosas páginas editoriales hicieron ecos de estas afirmaciones mientras silenciaron, ese sí proselitismo armado, que adelantaron sectores políticos nacionales y regionales, gremios de la producción, terratenientes, núcleos de narcotraficantes a través de los grupos paramilitares. Veinticinco años después, todavía está por evaluarse la contribución de los medios de comunicación en la ambientación del clima político que hizo posible el genocidio de la Unión Patriótica.
A quienes ven en la “Marcha Patriótica” la infiltración de la guerrilla y orientan sus baterías contra esta nueva organización que ha asumido su compromiso con una salida política al conflicto armado  y social, vale la pena recordar las reflexiones del periodista Enrique Santos, hace ya un cuarto de siglo en su columna “Contraescape” cuando refiriéndose a la naciente Unión Patriótica escribía: “Sería grave que los seguidores de la Unión Patriótica comenzaran a ser perseguidos o asesinados. Si tal situación se generaliza, no cabría duda de que existe una provocación en grande escala contra la paz. Significaría la prueba última –palmaria y definitiva- de que poderosas y bien armadas fuerzas están dispuestas a impedir a cualquier precio que la política de pacificación tenga éxito alguno. No dejar que la experiencia de la UP se desarrolle, agredirla y hostilizarla, sería darles toda la razón al M-19 y demás grupos armados que han renunciado a la paz, o que nunca creyeron en ella” (El Tiempo, 14 de julio de 1985)
De los estrados Judiciales a la Prensa Oficialista
El Código de Ética de la Sociedad de Periodistas Profesionales señala como uno de los deberes del periodista buscar la verdad y ofrecer “un recuento justo y completo de hechos y temas” y especifica como parte de sus labores “Comprobar la exactitud de la información de todas las fuentes y cuidarse del error. La distorsión deliberada es inadmisible; buscar activamente a los protagonistas de la noticia para darles la oportunidad de responder a alegaciones de conducta impropia; identificar sus fuentes siempre que sea factible. El público tiene derecho a toda la información posible sobre la confiabilidad de las fuentes”.
Pedir a Salud Hernández que sus columnas se ajusten a estos cánones, es pedirle peras al olmo. Su trayectoria periodística no admite otro camino: sus relaciones con el jefe paramilitar Carlos Castaño (El Espectador septiembre 14 de 2011), así como sus aliados en la Fiscalía, le dan la confianza necesaria para afirmar con arrogancia que no piensa rectificar una coma. Seguramente cree que al identificarse con las políticas oficiales (y recordemos que el paramilitarismo ha sido una política oficial) no viola ningún código de ética, no digamos al desconocer la “presunción de inocencia” –consagrado constitucionalmente- sino al irse en contra de decisiones judiciales producto de largos juicios donde  en contadas ocasiones priman las garantías procesales para los imputados.
Los temerarios señalamientos que hace la periodista contra el sindicalista de Fensuagro Efraín Mendoza y el sobreviviente al genocidio de la Unión Patriótica Ricardo Toscano, absueltos por un juez de la República -tras evaluar los testimonios del Ente acusatorio y la defensa técnica, y analizar las evidencias físicas y elementos materiales- es una prueba más que la Fiscalía pretende posicionar en la opinión pública lo que no ha podido demostrar en los estrados judiciales.  Y para ello recurre a la pluma de periodistas que –pagos o no por el gobierno- su propósito es difundir y promocionar la política contrainsurgente que hace más de medio siglo viene aplicando el Estado Colombiano contra la oposición y el movimiento social.
Los medios de Comunicación deben rectificar una vez queden en firme las decisiones de jueces y fiscales. La ética periodística no es un asunto discrecional, recordemos que a finales del 2006 varios periodistas del Nuevo Herald -el diario español de mayor circulación en el estado de Florida- fueron despedidos luego que se comprobara que recibían dineros del Gobierno Federal por respaldar su política en contra de Cuba. ¿Dónde están en Colombia los organismos encargados de regular la actividad periodística cuando hay claras faltas a la ética profesional? 
Los estrechos vínculos de los medios de comunicación con los poderes económicos y políticos hacen prácticamente imposible este cometido, más aún cuando se trata de una clase gobernante que estigmatiza a las víctimas y construye bustos a los victimarios; que deja en la impunidad a los falsos testigos e investiga a los jueces que obran en derecho; en fin,  que aplaude a los que desde sus columnas periodísticas vulneran los derechos constitucionales y judicializa a quienes expresan un pensamiento crítico.