Abogado. Docente
Universidad Nacional de Colombia. Palabras pronunciadas en la Presentación del
Libro del profesor Beltrán. La Vorágine del Conflicto Colombiano: Una Mirada
desde las Cárceles.
1 Sent. T-492/92 M.P. José Gregorio Hernández Galindo
Asumir
presentar el libro de Otro, implica - en primer lugar - asumir el privilegio de
conocer, primero o mejor que el público, al autor y a su obra. Implica también,
frente a los destinatarios del texto, asumirse, si no como un experto, sí como
un conocedor de la temática a la que se refiere el trabajo que se presenta.
Esto suele ser así en los espacios académicos, donde los autores - pares entre
si - se leen, reconocen, critican, adulan y retroalimentan enriqueciendo el
estado del arte de la problemática que, desde sus saberes privilegiados,
abordan. Para acotar expectativas, asumo no ser un par académico del profesor
Beltrán pero si el privilegio de conocer a Miguel Ángel. Esto sucedió cuando
estaba preso. La primera vez que conversamos fue entre los muros de "La
Picota" donde lo visité como abogado para ayudarle a tomar decisiones
frente a su situación laboral con la Universidad Nacional que, paradójicamente,
no se resuelven en esta institución académica sino en la Procuraduría General
de la Nación, institución que abusando de una asignación de funciones decidió
irrespetar la autonomía universitaria con el lamentable beneplácito de la
Universidad, realidad que hoy lo pone en la situación a estar destituido por el
contenido de textos como el que hoy se presenta y que según la Procurador
General de la Nación, son prueba de que el profesor desde la academia ha
fomentado, promovido y colaborado con grupos al margen de la ley.
Estas
reflexiones sobre la actitud de la Universidad las hago fundamentado en que
desde el año de 1992 nuestra Corte Constitucional se ha pronunciado sobre la
autonomía universitaria. Entonces dijo que “ella encuentra fundamento en la
necesidad de que el acceso a la formación académica de las personas tenga lugar
dentro de un clima libre de interferencias del poder público tanto en el
campo netamente académico como en la orientación ideológica”1; y, porque en el año 2002 se
pronunció sobre la constitucionalidad de los apartes de la Ley 30 de 1992 que
establecen la posibilidad para las universidades públicas de tener su propio
régimen disciplinario tanto para docentes como para funcionarios
administrativos.
Por
el respeto que le debo a mi Alma Mater, donde aprendí a ejercer el derecho a
pensar diferente de los maestros Eduardo Umaña Luna, Alberto Alaba Montenegro, Jaime
Pardo Leal, Jorge Salcedo Segura y otros, debo decir que ésta - la Universidad
Nacional de Colombia - hoy parecería estar eficazmente docilizada o amaestrada
por la estrategia del terrorismo de Estado que no solo implica matar o amenazar
con matar. También es terrorismo de Estado pretender silenciar a los docentes
disidentes o críticos como el profesor Beltrán con la amenaza eficaz de
sancionarlos con la pérdida de sus empleos. Lo digo porque, aunque
relativamente amable con el profesor perseguido, la Universidad no ha asumido,
como debiera, la defensa de su derecho a que no lo persigan por lo que piensa y
por los temas que como académico investiga. Hoy, frente a la realidad de la
destitución como profesor de Miguel Ángel Beltrán, debo señalar que se está
presentando un texto proscrito que, indudablemente, hubiese estado en la lista
de los que en sus arrebatos juveniles quemaba el Procurador en las calles de
Bucaramanga.
Cumplida
la condición de conocer al autor y las dificultades en medio de las cuales
escribió, debía, entonces, darme a la tarea de conocer la obra. Había leído
algunos de los trabajos académicos de Miguel Ángel y "Crónicas desde otro
cambuche", este último escrito desde la vivencia personal de la injusta
privación de la libertad a la que fue sometido y en la que los relatos de Otros
- sus compañeros de presidio - empezaban a tomarle prestada la palabra. Con
solo conocer el título de "La vorágine del conflicto: una mirada desde las
cárceles" y observar la portada en la que asoman sus caras dos anónimos
presos de la cárcel de Cómbita presentí con acierto la naturaleza del texto que
leería. Las caras de la portada anuncian que se contarán algunas de sus
historias - relacionadas todas con el conflicto social, político y armado que
nos agobia -. Sin embargo, debe advertirse que no se trata solo de una
colección de testimonios de vida inconexos. El ejercicio del profesor Beltrán
no fue solo el de buscar, encontrar y darle voz a algunos protagonistas del
conflicto. La escogencia de los protagonistas, sus orígenes y su vínculo
particular con el conflicto revelan, no solo como afecta a los individuos, sino
la naturaleza, la etiología y complejidad del mismo.
Por
la parte literaria, al abordar el texto resultaba muy difícil no evocar las
palabras de Arturo Cova personaje de "La Vorágine" de José Eustasio
Rivera cuando confesaba que "antes de que se hubiera apasionado por mujer
alguna, jugó su corazón al azar y se lo ganó la violencia" para terminar
narrándonos, con la disculpa de su drama personal, la horrorosa realidad de la
explotación cauchera por parte de la genocida Casa Arana que con la complicidad
del Estado Colombiano, entre los años 1900 y 1925, esclavizó y asesinó a miles
de indígenas compatriotas en nuestras selvas amazónicas. Tal vez en la voz
prestada de Miguel Ángel Beltrán; los protagonistas de su texto, con la
excepción de Miguel Antonio Beltrán, y María Helena Camacho, hubiesen podido
iniciar de manera similar su relato porque a todos ellos la Vorágine del conflicto
colombiano les ganó sus corazones para la violencia. Aún antes de terminar la
lectura se evidenció lo presentido: la similitud de propósitos en las
narrativas de Rivera y de Beltrán. Sin embargo, es preciso recordar las
diferencias; los personajes de Beltrán son reales y sus relatos se acompañan de
documentos históricos que dirigen la percepción que debe producir el texto y
evidencian la historicidad del mismo. Esa documentación referencial básicamente
está formada por los textos oficiales que institucionalizan las teorías
schmitterianas que sustentan la percepción esquizofrénica del enemigo comunista
omnipresente y mimetizado en cualquier actor social, en la que la represión
estatal y paraestatal, sustentó; y ahora, justifica o explica sus excesos. De
esta documentación leída en medio de la resonancia de los testimonios recogidos
se explica la inevitable y progresiva degradación del actor estatal dentro del
conflicto que lo pone, hoy, ante la evidencia de que así no logrará la
victoria. Por eso, la presentación documental se cierra con el texto del pacto
suscrito por el Estado Colombiano y las Farc donde se anuncia que existe la
posibilidad de "una luz al final del túnel: (…) la salida política al
conflicto armado y social colombiano".
Para
la adecuada presentación del libro, se debe advertir, que a pesar de todo el
dolor del que da cuenta, no se trata de un relato trágico; como en las buenas
novelas de suspenso al final se presenta un testimonio de esperanza que
armoniza con el texto con que se inician los diálogos en La Habana. Los relatos
de los primeros capítulos podrían, como en la Vorágine de Rivera, parecer
encaminarnos a un final en el que no habría salida distinta a la violencia.
Abandonando determinismos fatalistas, Miguel Antonio Beltrán otro de los
protagonistas, toma la voz de su hijo para dar señales de esperanza y lo hace
desde su postura de policía honesto que reclama ser reconocido y respetado como
tal, que da fe de que no maltrató a nadie y que cumplió con honor, pero con
dificultades, su trabajo tal como lo debe realizar un policía en una sociedad
justa e igualitaria, en una sociedad en la que el pensamiento disidente se
respete, en una sociedad en que nadie sea criminalizado por lo que piense y
escriba, en una sociedad en la que no pueden tener cabida teorías en las que
cualquier reclamo social se perciba y resuelva dentro de la dualidad excluyente
del amigo – enemigo.
Finalmente,
es preciso señalar que el libro del profesor Beltrán es particularmente
oportuno, ya que su mirada académica al conflicto del que el mismo es víctima
no promueve o fomenta grupos al margen de la ley; sino, por lo contrario,
promueve la posibilidad de que éstos se integren a una sociedad que asuma
resolver de manera eficaz el conflicto social que dio lugar al conflicto
armado.
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